¡La tierra me dio vida!

Una mañana me levanté con mucha dificultad. Mis manos se habían tornado rígidas y, al menor movimiento, un dolor punzante amenazaba cada una de mis articulaciones. Era incapaz de abrir la puerta, apretar el tubo de la pasta de dientes y sostener un vaso de cristal.

Peinar a mi hija pequeña ya no era un asunto sencillo. Cada día se agudizaban estos malestares que iban acompañados de fiebre, dolor de oído, náusea y debilidad. En las noches, sentía una quemazón en el área de los hombros y amanecía completamente paralizada. Llegó un momento en el que mis extremidades superiores no lograban despegarse del torso. Era como si se hubiesen petrificado. Al inicio pensé que se trataba de una enfermedad de naturaleza viral, pero después de varias semanas entendí que el diagnóstico no podía ser tan simple. Luego de un sinnúmero de pruebas, uno de mis médicos se inclinó a pensar que mi cuadro clínico correspondía a una afección autoinmune conocida como artritis reumatoide. Reaccioné un poco incrédula y le dije: “¿cómo?, ¡si aún no llego a los cuarenta años! Además, toda la vida he practicado ejercicios y me he mantenido en un peso saludable”. El doctor me explicó que este tipo de padecimiento puede afectar a cualquier persona sin importar su edad. De inmediato, me recomendó un supresor del factor de necrosis tumoral (TNF). Este factor es el responsable de la inflamación y el daño a los cartílagos. Me sugirió la administración de un medicamento inyectable cuyo costo alcanzaba los $4,000 mensuales. Sí, leíste bien. Me contacté con el centro de servicio al cliente de la empresa que trabaja el fármaco y me invitaron a una charla educativa. Durante esta, se explicó claramente que los pacientes tratados con el medicamento tienen un mayor riesgo de contraer infecciones e incluso, se han reportado casos de linfoma y leucemia entre los participantes. Para agravar el asunto, el profesional de la salud que ofrecía la conferencia puntualizó que las personas que sufren de la afección están predispuestas a padecer de leucemia aun sin el supresor. Mientras escuchaba atónita todas aquellas contradicciones, algunos pacientes, que ya habían comenzado el tratamiento, manifestaban que aunque su artritis se disipaba, otras afecciones atacaban distintos órganos de su cuerpo. Un caballero expresó que, luego de usar el medicamento, ahora padece de neuritis óptica, mientras que otra participante narró cómo el uso del fármaco disminuyó las defensas de su cuerpo al punto de verse entre la vida y la muerte por un catarro que, convertido en pulmonía, la mantuvo entubada en la unidad de intensivo.

Bianca M. Medina

Pensé que debía buscar una segunda opinión. Algunos de mis allegados me convencieron que tratara la medicina natural. Confieso que lo consideré con cierto escepticismo. Llegado el día de la consulta, el naturópata, sorprendido por el diagnóstico inicial, me comunica que mi artritis se debe a otro padecimiento identificado como lupus eritematoso sistémico. En esos instantes, creí que era el final de mi vida productiva. Me imaginé incapacitada, sin poder continuar con mis proyectos profesionales, sin tener las fuerzas suficientes para sacar adelante a mis dos hijas. Además, no quería ser una carga para mi familia. Sin embargo, las palabras del naturópata lograron esfumar todo aquel cúmulo de ideas pesimistas. Me educó acerca del lupus, afección que no era del todo desconocida para mí pues tengo una tía que lo padece. El lupus es una enfermedad en la que el propio sistema inmunitario ataca el tejido sano, incluyendo las articulaciones, los riñones, la piel, el cerebro, los pulmones y otros órganos. Me propuso un plan de acción que me sanaría, advirtiendo que se trataba de un proceso lento, pero con grandes resultados. Fue entonces cuando me habló de los beneficios de la alimentación a base de plantas, eliminando el consumo de toda clase de proteínas de origen animal y sus derivados (incluyendo la leche, el yogur, el queso, el huevo y la mantequilla). Lo primero que vino a mi mente fue la ingesta exclusiva de lechuga y tomate. ¡Falso! Una dieta vegana ofrece muchísimas alternativas alimenticias. Pero, más importante aún, fue entender que nuestro cuerpo no está diseñado para asimilar la proteína animal, cuyo consumo interfiere de forma adversa en el funcionamiento de las células de nuestro cuerpo y va debilitando el sistema inmunológico.  Además, estos alimentos no son fáciles de digerir y provocan la acumulación de tóxicos que a la larga obstaculizan el proceso de absorción de otras comidas saludables. Inicié la dieta comiendo calabazas, aguacates, zanahorias, papas, plátanos maduros, ñames, panas, yucas y granos tiernos, evitando el tomate y la soya ya que empeoran las coyunturas. En cuanto a frutas, me limité a comer piña, manzana y papaya, cuyas propiedades antiinflamatorias comenzaban a reflejarse positivamente en mis articulaciones. Al cuarto día de haber iniciado la dieta, dejé de sentir náuseas y ya no tenía aquel insoportable dolor de oído que me afectaba en las mañanas. En medio del proceso curativo, visité a un acupunturista para complementar el tratamiento. Entre sesión y sesión experimentaba mayor flexibilidad y movilidad en mi cuerpo. Volví a lavarme el cabello por mí misma y no me molestaba girar el volante al conducir. Toda esta mejoría se vio plasmada en los resultados de las pruebas de sangre. El nivel de anticuerpos bajó significativamente, casi alcanzando el margen negativo, mientras que el nivel de sedimentación en la sangre, disminuyó a la mitad, muy cerca de entrar en la escala normal. Estos cambios, que se han dado en solo tres meses, han sido el resultado no tan solo de mi consistencia sino también del apoyo incondicional que he recibido de mi pareja y de mis hijas.

Aunque aún falta camino por recorrer, pues todavía sufro de inflamación durante las primeras horas de la mañana, cada día adquiero mejor calidad de vida. Continúo laborando como profesora de Historia en la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Humacao, y me siento con mucha energía para seguir ejerciendo mi rol de madre. Confieso que no ha sido fácil cambiar los hábitos de la alimentación. Sin embargo, ha valido la pena. Es por eso que hoy afirmo que la mejor fuente alimenticia se encuentra en la tierra. ¡La tierra nos da vida!

Foto de entrada: Pixabay

Foto Bianca: Jaime Rivera, LMH

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