Cuando pensamos en hacer dieta es casi inevitable pensar en prohibiciones: “no podré comer esto, ni aquello, ni lo otro”. Pensamos también en añoranzas: “voy a extrañar los fast foods, los mantecados, los refrescos”.
Si te hablo por mí, la dulcera número uno en el mundo, honestamente, tengo que admitir que sí, que al principio vas a extrañar un poco esos caprichos. De hecho, cuando alguien me decía que ya no extrañaba tal o cual cosa, me parecía increíble que eso sucediera o peor aún, estaba segura de que jamás me pasaría a mí.
Ahora, como te digo una cosa te digo la otra. Sí, al principio fue… no tanto como que duro… es más fue más difícil cambiar la creencia que cambiar el hábito. O sea, cambiar la creencia de que “nunca me acostumbraré a no comer dulces”, fue más difícil que dejar de comerlos. La verdad, sí los extrañé un poco al principio, pero no fue tan terrible como había pensado y de hecho, ya apenas los como y cuando lo hago, no aguanto, así como lo lees, no aguanto un pedazo de flan y si como bizcocho no puedo con el frosting, que sin que me quede nada por dentro, jamás, pero ¡jamás! en la vida pensé que eso pudiera pasar. ¿Conclusión? Hay que trabajar con la mente, con los pensamientos limitantes, con las falsas creencias. Después de eso, romper un tiempo en frío, no solo con eso que te encanta pero te engorda, sino también con los hábitos.
Algunos consejos de los Institutos Nacionales de la Salud para romper con los hábitos y mejorar tu relación con la comida (que a lo mejor dices que tienes una excelente relación con la comida, pero quizá ese sea el problema, que se trate de una excelente relación dañina) son:
- Presta atención – Escucha a tu cuerpo sobre cómo ciertos alimentos te hacen sentir. Los alimentos fritos podrían tener un gran sabor en el momento, pero ¿cómo se sentirán en tu estómago dentro de una hora?
- Desacelera – Suelta el tenedor entre bocados o ten una conversación mientras comes. Al moderar el ritmo tú mismo, le das al estómago la oportunidad de sentirse lleno.
- Lleva la cuenta – Lee las etiquetas de información nutricional en el alimento antes de comerlo. Anota lo que planificas comer antes de consumirlo. Ambos hábitos te hacen detenerte y pensar antes de poner algo en la boca.
- Cambia la forma en que hablas de la comida – En vez de decir “no puedo comer eso”, di “no como eso”. Decir que no puedes, puede hacerte sentir que te estás privando de algo. Decir que no lo comes, te pone al mando de la situación.
Una vez cambies esos hábitos, puedes seguir con los siguientes, pero recuerda, no te desboques, una cosa a la vez, como dicen en el campo, sin pausa pero sin prisa.
- Desayuna – Un estómago vacío es una invitación a comer en exceso (¡te aseguro que sí!). Comienza el día con pan integral o cereales, leche baja en grasa o yogur y un pedazo de fruta.
- Planifica con anticipación – No esperes hasta tener hambre para decidir qué comer (te comerás todo lo que encuentres de frente… y de lado, frío, caliente, fresco, de bolsita, etc.). Planifica tus comidas y ve al supermercado cuando te sientas lleno. Las opciones poco saludables serán más fáciles de pasar por alto.
- Apaga la pantalla – Comer con los ojos puestos en la televisión, la computadora o cualquier otra pantalla que te distraiga aleja tu mente de lo que estás comiendo. No solo te pierdes la degustación de los alimentos, sino que eres más propenso a comer en exceso (porque no estás pendiente de lo que estás comiendo).
- Come los alimentos saludables primero – Empieza con sopa o ensalada y tendrás menos hambre cuando llegues al plato principal (usualmente el más rico en sabor y calorías). Ojo: evita las sopas y los aderezos para ensaladas a base de crema.
- Ingiere meriendas pequeñas (y saludables) con frecuencia – En lugar de dos o tres comidas grandes, puedes ingerir comidas más pequeñas y meriendas para pasar todo el día. Una merienda que me encanta es la manzana (de cualquier color) con una cuchara de mantequilla de maní (como dip). Hay muchas ideas más en Internet o pregunta a tu médico o nutricionista.
- Pésate – La información en la balanza te ayudará a ver cómo tu peso sube o baja según la forma de comer. Precaución: no te vuelvas esclavo de la báscula.
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