Pocos roles en la sociedad son tan esenciales (y en ocasiones tan poco reconocidos), como el de una madre. Ser madre es vivir sin tiempo y con exceso de trabajo y aun así es una de las experiencias más gratificantes para aquellas que deciden serlo, pues hay que recordar que la maternidad es una elección personal de cada mujer.
En lo que creo que todos estamos de acuerdo es que madre solo hay una. Sin embargo, hay muchos tipos de madre: la que pare, la que cría, la que adopta, la que tiene perros y ¡ay! del que le diga que esos no son sus hijos. Y es cierto, las mascotas llegan a ser los bebés, los consentidos de la familia. Pero la cosa no termina ahí; dentro de estos tipos de madre, la literatura describe otros tipos en términos del estilo de crianza, que, de hecho, incluye al padre, habla de “los padres” en términos generales (eso es otro tema. En este escrito, como me enseñaron en la escuela, antes de esto del lenguaje inclusivo de “los padres y las madres”, hablaré de “los padres” y “los hijos” haciendo alusión a ambos sexos).
Estos estilos de crianza dependen mucho de la que recibieron los padres y tienen repercusiones que pueden, incluso, definir la personalidad y la vida de los ahora jóvenes, como seguramente definieron, en una dirección o en otra, la de los padres de ahora que antes fueron jóvenes y así sucesivamente, hacia atrás (los abuelos, etc.). Sin embargo, hoy no quiero escribir de eso. Tampoco quiero escribir de las madres que maltratan.
Quiero hablar de la madre reloj, la madre taxi, la consejera, payasa, cocinera, maestra, enfermera, actriz, cantante, costurera, bailarina, investigadora… y no me refiero a madres que estudiaron esas profesiones, sino que las ejercen de forma informal como parte de su maternidad. ¿Qué madre no se ha levantado casi sonámbula a dar una medicina o a chequear una temperatura a las 2:00 de la mañana (btw, la mejor hora del sueño)? (Madre reloj, enfermera o doctora) ¿Qué madre no ha dramatizado un cuento para entretener a su hijo para ayudarlo con alguna tarea escolar? (Madre actriz y maestra).
Madres consejeras (“sermoneras” o “cantaleteras”), somos todo el tiempo, hablando sobre la honestidad, la bondad, el respeto, en fin, los valores, pero sobre todo en la adolescencia, cuando se nos va la vida explicándole los peligros que lo acechan (y que por su edad piensa que no le pasará a él, que es lo mismo que pensábamos a su edad). Y es que la adolescencia, ese período en que no son pequeños pero tampoco son adultos, es un período difícil no solo para el joven, sino también para los padres que tenemos que admitir que nuestro pequeño bebé ya no es tan pequeño ¡y hay que dejarlo crecer! Seguir tratándolo como a un infante es como querer tapar el cielo con una mano, y a la larga, no hacemos sino complicarle la vida, creando a una persona dependiente, insegura y con baja autoestima.
Vamos, ¿qué madre no se ha muerto de la angustia porque llegó el momento en que su hijo quiere explorar el mundo, solo ¡sin nosotras!? En la adolescencia el joven quiere salir del nido, experimentar con el mundo, y como están las cosas, se nos va la vida cada vez que lo dejamos en alguna fiesta (madre-taxi) y la recuperamos cuando llega el momento de buscarlo o escuchamos el clic de la puerta anunciando su llegada (y nos hacemos las dormidas). (Por favor, hay que controlar los mensajes de texto, déjalo disfrutar el party). Es en ese período cuando queremos sacarle los ojos a ese primer ingrato (o ingrata) que le rompió el corazón a nuestro retoño, pero recordemos que a veces nos rompen el corazón y que otras veces somos nosotros quienes dejamos a alguien a la deriva.
Así nos enfrentamos a esa parte inevitable del crecimiento humano que no podemos ni debemos controlar; cuando nuestros hijos empiezan a abrir sus alas y a levantar su vuelo. En ese momento y por el resto de nuestra existencia solo podemos estar a su lado para darles apoyo en cada situación que la vida les sirva. Evitar que se expongan es privarlos de unos procesos de aprendizaje que les permitirán desarrollar herramientas de manejo de emociones o solución de problemas, por mencionar algunas, que necesitarán en su vida de adultos. Evitar que se expongan les evita penas a corto plazo, pero a largo plazo, las hace mayores (y más difíciles de resolver).
Y es que algo extraño pasa durante el parto: llega el muchachito, a veces más de uno, sale la placenta, pero el libro, el manual, ¿dónde queda? ¡No existe! A ser madre se aprende siendo. En el estilo de crianza que mencioné al principio influyen muchísimos factores, pero la verdad nadie sabe cómo es que se educa a un niño. Vamos aprendiendo sobre la marcha, mientras les enseñamos. Es una relación de aprendizaje mutuo en la que hacemos lo que creemos que es mejor para ellos. Evitamos repetir lo que consideramos errores de nuestros padres y en el proceso cometemos nuestras propias equivocaciones, que nuestros hijos, a su vez, evitarán cometer con sus hijos y así sucesivamente, pero esta vez, hacia el frente, con las próximas generaciones. Además, ¿quién dijo que tenemos que ser padres perfectos, cuando de hecho, ser un padre perfecto, también es un problema? Nos equivocamos y como en toda circunstancia de vida en la que metemos la pata, reflexionamos al respecto y tomamos las medidas correctivas que sean necesarias.
Una cosa más antes de cerrar; mamá: relájate. Separa un tiempo para ti y dales su espacio. Por un lado, necesitas (sí, ¡necesitas!) un break para poder seguir adelante (si estás cansada o de mal humor, de una forma o de otra, tu hijo pagará las consecuencias) y por el otro, él necesita su espacio. Desde que son pequeños, los niños necesitan espacio para desarrollar su creatividad, resolver los “problemas” que se les presenten y manejar sus emociones. No tienes que estar encima de ellos constantemente buscando cómo entretenerlos. No es que te “desconectes” y te metas a bañar tres horas mientras tu niño de un año juega solo “por ahí”, pero tampoco es que no puedas cocinar porque no puedes alejarte un instante.
Este fin de semana festejamos el Día de las Madres. Con los brazos o con el alma, abraza a tu madre o a tus hijos, porque hay lazos que son inquebrantables, para siempre, para la eternidad, como dice la canción. Hoy es un día especial, pero la verdad es que todos los días son especiales, así que abrázalos hoy y siempre que el corazón te lo pida.
Yo soy madre de tres, que son mi vida. Tengo la bendición de poder abrazar a mi madre, que es mi sol. De ella he recibido el amor más puro, incondicional e ilimitado que jamás ha existido. Es la que me enseñó que la maternidad es el verbo del amor y es lo que he hecho con mis hijos: amarlos sin tiempo ni medida… reprenderlos cuando ha sido necesario, darles su espacio cuando yo, que los conozco ¡como que soy su madre! sé que lo necesitan, pero siempre atenta y lista para correr (madre-histérica).
¡Feliz Día de las Madres!
La autora es psicóloga. Si deseas más información, llama a (787) 612-2836.