Felicidades a ustedes, mis hijos

Cambiar pañales, cantar las canciones de Atención Atención, alimentarlos, repetir una y otra vez palabras para que tú, Estefanía, las repitas, gritar ¡NOOOOO! un promedio de cincuenta veces al día porque te metiste algo en la boca, te quieres tirar por las escaleras o deseas compartir con tu hermano Nino Alejandro (solo tiene cuatro meses) galletas, jugo, yogur o cualquier otra meriendita. A eso debo añadirle, dividir mis dos brazos para cargarlos porque aunque caminas perfectamente, desde que nació tu hermano estás en huelga de movimiento y solo quieres estar cargada 24/7.

¿A quién se le ocurrió eso de que el trabajo en el hogar o con los niños no es ejercicio? Seguramente a un hombre. Quisiera decirles que a causa de esta rutina, mis brazos están perfectamente tonificados tipo Michelle Obama, pero no, están igual de flácidos que si me pasara el día entero echada en un sofá. Cuando alguno de ustedes (o en el mejor de los casos, ambos duermen), salgo corriendo como desquiciada para tratar de lavar una tanda de ropa, recoger la docena de pañales regados por la casa, los juguetes o bañarme, que ni se imaginan el lujo que es darse una ducha sin que ambos lloren al unísono.

Mis queridos hijos, esa es básicamente mi rutina desde hace dos años y aunque en más de una ocasión siento que las fuerzas no me dan, no la cambiaría por nada en el mundo. Y es que el camino para convertirme en madre estuvo lleno de tropiezos, corajes, lágrimas y frustraciones.

Aun cuando los pronósticos no eran alentadores, ustedes decidieron que llegarían en el momento justo, no cuando tu papá y yo queríamos, sino cuando ustedes entendieron que era el momento, no antes, no después. Aún recuerdo el día en que me enteré que estaba embarazada de ti, Estefanía.

Aún después de hacerme cuatro pruebas caseras no lo creía y aunque rápidamente le di la noticia a tu papá, no fue hasta que escuché los latidos de tu corazón que realicé que poco a poco crecías en mi vientre. Ni te imaginas la paranoia que viví durante esos primeros meses por el temor que me causaba dar saltos en las muletas a causa de un tobillo que me torcí antes de enterarme de que estaba embarazada.

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Algo similar ocurrió contigo, Nino Alejandro. Luego de tener a tu hermana y en el proceso de lactancia, mi ciclo menstrual se volvió un etcétera así que cuando me enteré de que estabas en mi vientre, ya tenía casi dos meses de gestación. Ahí sí que me sorprendí, como ya les había explicado fue muy difícil lograr un primer embarazo, por lo que jamás imaginé la bendición de un segundo.

Nino Alejandro, tú no te quedaste atrás y llegaste así de improvisto y con varicelas incluidas. Resulta que a una semana de que tu hermana cumpliera un año (justo cuando le tocaba la vacuna), contrajo varicelas y por ende, yo también ya que nunca me habían dado. No te imaginas cuánto lloré en esos días, no por la noticia del embarazo, sino por el desespero de saber que tu hermana no se sentía bien y por la preocupación de que las varicelas le hicieran daño al feto.

Luego de orientarme con varios expertos, la Internet y un amigo que me dijo, ‘a mami le dieron varicelas cuando estuvo embarazada de mí y yo salí bien’, ese último testimonio me tranquilizó bastante porque al menos el único “defecto” de mi amigo fue que no creció y al final del día, creo que nada tuvo que ver con la enfermedad, sino con la genética. Así las cosas, con uno que otro malestar, mis embarazos transcurrieron en perfecta normalidad.

Muchas veces en sueños, los imaginaba con mi color de cabello, los ojos azules y el talento musical de su papá, fanáticos del baile como yo, inteligentes, saludables, en fin, con las cualidades que todos los padres desean para sus hijos. Debo decir que no me equivoqué, no necesariamente nacieron con todos mis requerimientos, pero no es porque sean mis hijos (creo que eso lo dicen todas las madres), son unos bebés hermosos y superaron mis expectativas. Confieso que los idealizaba como unos bebés tranquilos, obedientes y que durmieran mucho y ahí sí me equivoqué, pero no todo puede ser perfecto.

En estos dos años tu papá y yo hemos celebrado cada uno de sus logros, las primeras palabras, el primer diente, los primeros pasos… y llorado cada enfermedad e incertidumbre que trae consigo la maternidad. Ustedes dos me sorprenden día a día, no solo por lo rápido que crecen y se desarrollan, sino porque me han demostrado que no soy tan egoísta como pensaba, que soy capaz de irme de tiendas y comprar ropa para ustedes, en lugar de zapatos para mí y sobre todo, que cualquier compromiso por importante que sea, puede ser cancelado si ustedes me necesitan.

Quizás lean estas líneas de aquí a unos años y probablemente, habremos cambiado Atención Atención, por las princesas y los superhéroes, ya no cambiaré panales y con suerte podré bañarme con tranquilidad, pero lo que no cambiará será ese sentimiento de amor que les he descrito, al contrario, continuará creciendo.

En este Día de Madres quiero decirles que ustedes son el milagro, sobre la ciencia, la perseverancia sobre la frustración y la alegría sobre la tristeza.

Los ama,

Mamá

Foto: IStock

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