Hermanos: Un regalo de nuestros padres

Los hermanos son el mejor regalo que nos hacen nuestros padres. Yo tengo cuatro, todos varones, todos mayores, todos adorables, maravillosos. Y aunque nos separa un gap generacional que fluctúa entre los 5 y los 10 años, nos unen el amor, la amistad, la complicidad.

Es cómico, porque cuando nos reunimos y empiezan a hacer historias de cuando éramos chiquitos, en realidad la mayoría son historias de ellos, de travesuras y aventuras que me habría encantado presenciar, pero la verdad, yo no estaba ni en planes.

No siempre fue tan gracioso. Hasta hace relativamente poco tiempo, sentía un vacío existencial porque no tenía recuerdos de ellos, recuerdos con ellos. Resulta que mis memorias más vívidas empiezan en el momento en que ellos transitaban hacia la adultez temprana. En cuestión de unos pocos años, dos hechos importantes coincidieron en nuestras vidas: por un lado, yo iba adentrándome en la adolescencia y quería pasar más tiempo con las amigas que con ellos, y por el otro, ellos empezaban a hacer su propia vida estudiando o trabajando, según fuera el caso. Como consecuencia, cuando llegué a la edad de empezar a guardar recuerdos ya no coincidíamos tanto como aquella época en la que crecíamos juntos, cuando yo era una pioja en pañales corriendo detrás de ellos. Aun así, tengo la certeza que de siempre han estado para mí; lejos pero no distantes.

Con la adultez llegan las responsabilidades, se forman nuevas familias. Los dos mayores se fueron de la isla y quedamos tres acá. Y aunque cada uno venía cada tanto tiempo, pasaron 29 años antes de que volviéramos a vernos los cinco a la vez, con la bendición de que nuestros padres estaban allí para celebrar y disfrutar el encuentro. Fue un día de muchas emociones, de muchas risas y lágrimas. Y otra vez volvimos a reír con esas historias que tanto atesoro, historias de niños, de cómplices, de primeros amigos, de hermanos.

Pero yo quería recuerdos míos, historias que tuvieran que ver conmigo, necesitaba saber, llenar esos espacios vacíos de cómo era mi vida con ellos en ese periodo de tiempo al que no puedo llegar a través de la memoria. Y se me dio, me lo dieron. Besos, abrazos, lágrimas. Mucha alegría, mucha paz, mucho amor.

Pues, ¿qué te digo? Mis padres no me dieron hermanas, pero me regalaron cuatro hermanos que son la envidia de cualquier hermana ¡y son solo para mí!, no tengo que compartirlos con nadie que “compita” en mi categoría. Puedo afirmar que somos uno para todos y todos para uno, que mi vida es más bonita porque ellos existen… y no me quedé sin hermanas. Lo que mis padres no me dieron, me lo dio la vida. Tengo las hermanas que quiero, las que yo escogí. Como a ellos, a ellas también las amo, entrañablemente.

Si tienes hermanos, disfrútalos. Búscalos, hazte amiga de ellos. Encontrarás que son unos amigos ¡fabulosos! Si estás enojada con ellos, búscalos también. La vida es tan corta y tan frágil que perder el tiempo en disgustos es una pérdida de tiempo. No intentes romper lazos que no se pueden romper. Pueden enojarse, negarse y apartarse y no por eso dejarán de ser hermanos. Recuerda, los hermanos son el mejor regalo que nos dan nuestros padres, siempre.

¡Feliz día de los hermanos!

Foto: IStock

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