Hoy se conmemora del Día Mundial de la Salud Mental y creo que eso merece una reflexión. Desde que tengo memoria los enfermos mentales han sido objeto de burla y de discrimen.
Desde lunáticos hasta locos y retrasados hasta que le digan que es un “chango” si dice que tiene depresión, la avergonzante historia de los enfermos de salud mental está escrita para el que quiera leerla. ¿Y cómo se le llama al psicólogo, psiquiatra o consejero? ¡Loquero!, ¿de qué otra forma si no?
La estigmatización de los problemas de salud mental afecta a las personas de varias maneras. El estigma puede convertirse en una barrera para la búsqueda de tratamiento y la adherencia al mismo (Bambauer y Prigerson, 2006).
Se estima que dos de cada tres personas con problemas de salud mental no buscan tratamiento, principalmente por falta de información acerca de su enfermedad y por el estigma asociado con su trastorno mental (Rivera, 2010; Scheffer, 2003).
El estigma evita que la gente acepte sus problemas de salud mental y, más aún, que los comunique a otras personas (Scheffer, 2003).
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Según la Organización Mundial de la Salud (OMS) la salud mental individual está determinada por múltiples factores sociales, psicológicos y biológicos. Por ejemplo, las presiones socioeconómicas persistentes constituyen un riesgo bien conocido para la salud mental de las personas y las comunidades.
Las pruebas más evidentes están relacionadas con los indicadores de la pobreza, en particular con el bajo nivel educativo. Asimismo, la mala salud mental se asocia a los cambios sociales rápidos, a las condiciones de trabajo estresantes, a la discriminación de género, a la exclusión social, a los modos de vida poco saludables, a los riesgos de violencia y mala salud física y a las violaciones de los derechos humanos.
También hay factores de la personalidad y psicológicos específicos que hacen que una persona sea más vulnerable a los trastornos mentales. Por último, los trastornos mentales también tienen causas de carácter biológico, dependientes, por ejemplo, de factores genéticos o de desequilibrios bioquímicos cerebrales.
El Departamento de Salud de Puerto Rico (DS) define la salud mental como el estado de bienestar que resulta de la interacción funcional entre la persona y su ambiente, y la integración armoniosa en su ser de múltiples factores, como por ejemplo, su percepción e interpretación de la realidad; sus necesidades biológicas primarias y las satisface; su potenciales mentales y espirituales y cómo los lleva a su máximo nivel; su sentido del humor y su capacidad para disfrutar de los placeres genuinos que de vida.
Otros factores que intervienen en esa integración armoniosa entre la persona y su ambiente son la confianza que la persona tiene en sí misma y el reconocimiento de sus limitaciones; su satisfacción ante sus logros y su entereza ante sus fracasos.
Entre esos factores está el reconocimiento de sus derechos y obligaciones sociales como necesidades básicas para la convivencia sana y pacífica; su solidaridad con los valores en que cree y su respeto y tolerancia con los que discrepa. Asimismo, su capacidad para crecer y madurar a la luz de las experiencias de su propia vida y la de otros; su resonancia afectiva ante los sucesos alegres y tristes; y finalmente, su capacidad para dar y recibir amor generosamente.
Eso es tremenda definición, considerando que vivimos en un ambiente que constantemente desafía nuestra salud mental según dada por el Departamento de Salud.
¡Las noticias derraman sangre! Tenemos un sistema gubernamental corrupto, criminalidad, personas sin vivienda, sin empleo, drogadictos, desertores escolares, niños padeciendo toda clase de maltrato, ancianos olvidados, mujeres víctimas de violencia, negros y homosexuales discriminados.
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Puedo seguir, la lista es larga. Y sí, probablemente otros países tengan esos problemas e incluso otros peores, pero este es mi país y lo que pasa aquí es lo que me afecta y por eso para mí lo que pasa aquí es más grave que lo que pasa en todo el mundo.
Yo no encuentro consuelo en el pensamiento de que en otros países la situación está peor que aquí, ¡por que eso no es a lo que aspiro!, yo no quiero –¡me niego!– a conformarme con eso.
Me fijo, por el otro lado, en los países en donde las cosas van bien, en donde la salud, la seguridad y la educación de los ciudadanos son ¡impresionantes! Esos son mis modelos, mis modelos ejemplares, los que me mantienen en pie de lucha y con esperanza, que me hacen pensar que si ellos lo hicieron es porque se puede ¡y yo quiero que mi país sea así!
Ahora, una cosa es el sistema gubernamental y otra es el sistema social. En lo personal, no sé que me desbarata más: la debacle que nos llega desde los centros de poder o la que me impacta en la base; la del padre a hijo, (y del hijo al padre), la de vecino a vecino, la de conductor a conductor. Sí, muchas veces me pregunto ¿qué nos pasa Puerto Rico?
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Esa falta de empatía y de solidaridad que muchas veces vemos (¡y otras tantas las sufrimos!) entre hermanos que compartimos una tierra nos destruye poco a poco. Somos los modelos nuestros hijos, de esa generación que viene subiendo y que en unos años tomará las riendas de nuestra tierra.
¿Dónde están los próceres? ¿Quiénes son sus héroes? ¿Qué los inspira a luchar por sus metas de manera justa y honesta? Sí, sé que muchos tienen ejemplos maravillosos que los motivan de forma positiva y en ellos deposito toda mi confianza, pero ¿no te parece que todos los niños deberían tener esos ejemplos?
Unos más que otros, todos tenemos nuestras angustias. No podemos reducirlas a la diferencia entre las clases sociales; claro que para el que tiene dinero muchas cosas son más fáciles que para el que no lo tiene, pero el problema es mucho más amplio que eso.
Por más pobres que seamos, nunca seremos tan pobres como el día que perdamos el control de nuestras emociones y nuestra integridad; y nunca seremos más ricos como el día que tengamos igualdad, justicia y paz.
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A este día es al que le apuesto; al día que aprendamos a tener control de nuestras emociones. En ese momento precioso podremos afirmar que tenemos salud mental: un nivel de bienestar en el que cada uno realice sus capacidades y sea capaz de hacer frente al estrés normal de la vida, de trabajar de forma productiva y de contribuir a su comunidad.
En resumen, la salud mental es la base del bienestar individual y del funcionamiento eficaz de la comunidad. Es fundamental para nuestra capacidad colectiva e individual de pensar, manifestar sentimientos, interactuar con los demás, ganar el sustento y disfrutar de la vida.
Sobre este cimiento se puede considerar que la promoción, la protección y el restablecimiento de la salud mental son preocupaciones vitales de las personas, las comunidades y las sociedades de todo el mundo.
La salud mental de una sociedad es vital para su crecimiento y estabilidad. El tema de la salud mental no debe seguir siendo tratado de superficialmente. Debe ser ejecutado desde un enfoque preventivo en el que se promueva un ambiente social que refuerce aspectos como la autoestima y las relaciones interpersonales, el bienestar común.
La familia es esencial; es el molde de donde saldrán los hombres y mujeres capaces de controlar sus emociones y no que estas los controlen a ellos.
Una cosa es la corrupción que llega de las altas esferas de poder y atenta contra nuestra paz y salud mental, y otra es la corrupción de nuestra alma; el alma de nuestro pueblo. Si sentimos que no podemos hacer algo para combatir la primera, con uñas y dientes, defendamos la segunda.
Foto: IStock