Cuando uno recibe una mala noticia es fácil frustrarse, desanimarse, estar molesto o con coraje. Pero cuando las malas noticias vienen una detrás de la otra y cada vez empeorándose, uno comienza a cuestionar todo y las únicas opciones son seguir luchando o darse por vencido.
Para Jennyvette Seijo Adorno, una joven de 25 años de Vega Baja, dejarse vencer por todo lo que le sucedió en el año 2015 no era una opción.
Puedes preguntarte, pero a esa edad, ¿qué cosas tan terribles le pueden haber pasado?
Todo comenzó un día lluvioso en noviembre del 2014 cuando, sola en la oficina de su médico, recibió un diagnóstico que nunca se hubiera esperado: cáncer del cuello uterino. Al salir, a la primera persona que llamó fue a su madre, explicándole entre llantos lo que había sucedido. Luego llamó a su esposo, con quien llevaba casada apenas dos años.
“El proceso fue difícil. Uno no se lo espera y también te dicen que con el tratamiento es posible que no puedas tener hijos. Recién casada prácticamente y que te digan eso, como mujer, se te viene el mundo abajo. En aquel momento sentía que se me estaba acabando todo”, cuenta Jennyvette.
Comenzó un tratamiento de radioterapia y eligió continuar con sus estudios de maestría en la Universidad Carlos Albizu, a la vez que trabajaba a tiempo completo en la banca. “Y le decía a todo el mundo: ‘Esto no se ha acabado. Lo voy a superar y voy a demostrar que si yo puedo, otros pueden’”, cuenta la estudiante de Psicología Industrial.
Sin embargo, la carga de las clases, el trabajo y los tratamientos afectó su matrimonio y en mayo su esposo le pidió el divorcio.
“Obviamente, mi mundo, si ya sentía que se estaba derrumbando, en ese momento lo que me quedaba se terminó de derrumbar. Lloré, grité, no quería saber de nadie, por un momento todo lo que quería era encerrarme y llorar sin que nadie me viera”, recuerda.
Con el apoyo de sus padres y su hermana, y con la ayuda de una psicóloga, Jennyvette pudo enfrentar esta nueva crisis y la semana antes de finalizar el divorcio vio por primera vez la luz al final del túnel. Luego de ocho meses de tratamiento le repitieron las pruebas y salieron negativas. Jennyvette estaba libre de cáncer.
“Me dio fuerza porque siempre decía: ‘Voy a poder con esto’. Y aunque llegó otra noticia negativa que no esperaba, que me afectó más, pude ver que mi fe me había llevado a ver buenos resultados. En aquel momento dije: ‘Tengo vida, esto apenas comienza’”, pensó.
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Sin embargo, la semana después de oficialmente finalizar su matrimonio pasó por otra prueba. Saliendo de una actividad de su iglesia sufrió un accidente de tránsito. Un conductor casi dormido, a exceso de velocidad y con .17 de alcohol en la sangre impactó el auto por la parte trasera. Iba con su hermana. “Nos arrastró 60 pies desde donde estábamos y en el impacto quedé inconsciente hasta que despierté por los gritos de mi hermana”, narra.
La primera persona que las socorrió fue un amigo de su hermana. Al Jennyvette salir del carro, el joven la agarró. “Cuando me echo para atrás y lo miró, tenía toda su camisa llena de sangre”, cuenta.
Al oír a su hermana gritando, el muchacho sentó a Jennyvette en el suelo para ir a ayudarla. En ese momento Jennyvette escupe y lo que sale es sangre y sus dientes.
Con el impacto perdió varios de sus dientes frontales y una muela, sufrió una fractura en las encías y sus labios quedaron destruidos. Tuvieron que reconstruirle la boca. Su hermana por suerte no resultó herida.
En su momento más bajo, poco después que le reconstruyeran los dientes y los labios, Jennyevtte reflexionó sobre su vida desde el diagnóstico de cáncer y todo lo ocurrido.
“Me dije: ‘Pudiste con el cáncer, con tu divorcio y sobreviviste a este accidente’. Si ves el carro, tú dices que es para que estuviera muerta. Si no hubiera tenido el cinturón, lo estaría. Luego que analizo todos esos procesos y aun así Jennyvette en esencia seguía siendo la misma, y dije: ‘¡Ya!, hay que seguir adelante’”, determinó.
Dentro de todo lo que sucedió, su familia siempre la animaba y la apoyaba, algo que entiende fue esencial en su recuperación y en no darse de baja de la universidad.
“Me decían: ‘No, Jenny, tú vas a salir de esto y vas a contarlo’. Le doy gracias a Dios porque mi mayor apoyo en todos estos procesos fueron ellos tres: mi papá, mi mamá y mi hermana. Si no hubiera sido porque ellos estuvieron conmigo en todo este proceso, Jennyvette no estaría hoy aquí”, admite.
Ese 31 de diciembre celebró en grande la despedida del 2015. Ahora, a mediados del 2016, Jennyvette está terminando su maestría, su nueva sonrisa brilla y no aparenta jamás haberse roto, su actitud positiva, chispa y positivismo perduran y contagian a quien la conoce.
“Soy otra persona, veo la vida desde otra perspectiva. Si sucede algo malo, trato de reírme y decir: ‘Eso no es nada, podemos con esto’. Vamos a siempre buscarle lo positivo a las cosas. Sí, puedes perder el sueño; sí, puedes creer que todo se acabó, pero realmente mientras haya vida, hay esperanza”, afirma.
Foto: Yoel Parrilla