Mucho ha avanzado la ciencia desde principios de los 80, cuando algunas personas comenzaron a perder la vida debido una extraña enfermedad. Un ambiente de incertidumbre permeaba en los hospitales, las noticias, la sociedad.
Según el infectólogo Carlos León Valiente, en aquel momento había muchas preguntas y pocas respuestas para una afección que estaba causando la muerte de muchos individuos en diferentes ciudades de Estados Unidos, principalmente en Nueva York y San Francisco.
Según recordó, todos los pacientes tenían algo en común: un tumor llamado sarcoma de Kaposi, eran homosexuales y usuarios de lo que se conocía como “los baños”, una especie de clubes en los que los varones tenían relaciones sexuales.
Eventualmente, los Centros estadounidenses para el Control y la Prevención de Enfermedades de Estados Unidos se percataron de que estaban ante una epidemia que era de naturaleza infecciosa, ya que la enfermedad comenzó a manifestarse también en usuarios de drogas, personas que habían recibido transfusiones de sangre y en mujeres.
Para esa fecha el paciente llegaba al hospital cuando ya estaba muriendo. “No se sabía lo que estaba pasando, a los pacientes que llegaban a los hospitales los mandaban para la casa a morir porque no se sabía qué estaba pasando. Había un discrimen y un miedo de contagio entre la comunidad médica y en la misma sociedad, porque no había información de cómo era que se transmitía”, dijo por su parte la especialista en VIH/SIDA, Lizette Santiago, de la Asociación de Médicos Tratantes de VIH/SIDA.
Poco más de 30 años han pasado desde entonces. Muchas vidas se perdieron mientras los científicos se desvelaban tratando de entender el comportamiento del recién descubierto virus para saber cómo atacarlo. Hubo muchos reveses, más muertes y descubrimientos que condujeron a la creación de una prueba para detectar la enfermedad, allá para 1985, rememoró León Valiente. Sin embargo, una vez diagnosticados, los pacientes solo podían esperar.
El primer medicamento
No fue sino hasta el 1987 que surgió el primer medicamento, el AZT, que evitaba la transcripción del virus, pero sus dosis eran tan altas que los pacientes desarrollaban anemia y otros efectos secundarios. El AZT solo no lograba prolongar la vida. Luego llegaron los nucleócidos, de la familia del AZT, y empezaron a combinarlos. Aunque no aumentaron el promedio de vida, sí mejoraron la calidad de esta.
Para mediados de los 90 se produjeron dos avances significativos: una droga nueva que inhibía la proteasa logró prolongar la vida de los afectados y los recién nacidos cuyas madres eran pacientes de sida y fueron medicadas comenzaron a dar negativo al virus. El problema con el inhibidor de proteasa y el famoso coctel, explicó León Valiente, es que eran tantas pastillas, unas en ayunas, otras con comida, en fin, con distintas indicaciones que los pacientes comenzaron a incumplir con las dosis. Como consecuencia, el virus desarrolló resistencia. Los pacientes estaban infectando a otras personas con un virus más resistente. Mientras, la investigación continuaba desde diferentes frentes.
Gracias a estos esfuerzos mundiales, hoy se sabe que el virus utiliza tres enzimas bien importantes. Según el infectólogo Javier Morales, “básicamente, el virus entra solito a la célula y tiene el poder de utilizar todos los mecanismos que están dentro de ella y toma el alimento de esta para formar virus nuevos y reproducirse. Él no trae nada consigo”.
El especialista indicó que lo primero que hace es pegarse a la superficie de la célula. “Para esto, tiene que anclarse y lo hace en unos receptores que tienen las células y otros que se llaman correceptores que ayudan al receptor para darle equilibrio. Si el virus no invade una célula, dura 90 minutos en el torrente sanguíneo y muere”, añadió. Una vez entra a la célula, se tiene que transcribir. “Para eso va a utilizar una enzima llamada trascriptasa, que produce como un molde del virus nuevo”. Algunos de los tratamientos viejos funcionan inhibiendo esta transcripción.
“Posteriormente ese virus entra al núcleo de la célula donde usará otra enzima: la integrasa. Él va a arreglarse para que la integrasa lo integre al cromosoma humano. Una vez esto ocurre, el proceso es irreversible”, puntualizó.
El doctor sostuvo que una persona que se acaba de exponer y detenga el virus antes la integración, puede que no se contamine y no sea VIH positivo. “Por eso es tan importante inhibir la integración, porque si tienes este inhibidor de integración circulando, el virus que ya tienes viejo, se empieza a reproducir, invade las células pero no se puede integrar y si no se integra, se va a morir”, señaló.
Una vez el virus sale del núcleo, usa la que viene a ser la tercera enzima, la proteasa, “que venimos inhibiéndola desde el 1996. Esta lo que hace es recortar y buscar las proteínas que el virus necesita para hacer virus nuevos”, expresó Morales.
“Inicialmente nos concentramos en evitar la transición y luego que consiguiera las proteínas para hacer virus nuevos, pero en el camino se nos quedó la integración, que es fundamental. Aquí es donde cambia el curso del tratamiento”, manifestó.
La expectativa de vida
Con este tratamiento la expectativa de vida de un paciente de VIH/sida –que inicialmente solo podía ver pasar los días– actualmente se estima en aproximadamente 35 años. Así, un hombre que se contamine a los 50 debe morir de cáncer de próstata. “Antes el 100% de los pacientes moría de afecciones relacionadas con VIH. Hoy día el 32% fallece de padecimientos relativos a la enfermedad. El por ciento restante pierde la vida a causa de hepatitis, cirrosis, del corazón y problemas de otra índole porque al vivir más, empiezan a padecer enfermedades corrientes”, indicó el especialista.
Por su parte, Santiago anotó que hoy se puede decir que el paciente que hace 30 años tenía un diagnóstico de muerte, se ha convertido en un paciente con una enfermedad crónica, que es cuando se trata y puede vivir igual que una persona sin el padecimiento. Las llamadas terapias de tratamientos antirretrovirales se componen de tres medicamentos activos. “Buscando darle calidad de vida al paciente, algunas terapias constan de una sola pastilla que se toma una vez al día e incluye los tres medicamentos, cuando en el pasado llegaron a ser hasta 32 pastillas diarias, cada cuatro horas, con personas postradas en cama porque los efectos secundarios eran bien, bien fuertes. En los últimos nueve años los medicamentos casi no tienen efectos secundarios, las complicaciones se han reducido considerablemente”.
Otra razón que subraya la importancia de recibir tratamiento es cuando el virus circula en la sangre a su merced, no solo deteriora el sistema inmunológico y surgen las enfermedades oportunistas, sino que también producirá complicaciones inflamatorias a largo plazo, como problemas renales y cardiovasculares. “Por eso la recomendación es comenzar el tratamiento tan pronto se sabe de un resultado positivo, para evitar ese proceso de inflamación y esas otras complicaciones cuando tenga más de 50 años”, enfatizó Serrano.
Una cura funcional
Mientras tanto, según Santiago, en lo que llega la cura farmacológica, se habla de una cura funcional. “Esto se refiere a evitar nuevos casos, dándoles tratamiento a los que son positivos, para que vivan y no transmitan el virus a otros. En la medida en que logremos esto, en el futuro, no debemos tener nuevos casos. Fue lo mismo que se hizo con la tuberculosis, no la hemos curado; hemos evitado nuevos casos y nuevas infecciones. En todos los congresos, ese es el nuevo enfoque”, aseguró, recalcando que entretanto, la investigación para lograr la cura farmacológica continúa.
Finalmente, el doctor Hermes R. García subrayó que para que el tratamiento sea efectivo, el paciente tiene que “enamorarse” de sus medicamentos. “Tiene que ser adherente a su terapia, entender que sus medicamentos son parte de su vida, que no hay días feriados ni fines de semana libres. Es responsable de él y de su pareja y tiene que tomarlos siempre. Si falla, se pierde la terapia y desarrolla resistencia a los fármacos y las terapias que se usan en fallas no son tan eficaces como la primera que se da”, afirmó.